Elvis 2022: cuando la historia la cuenta el villano.

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

Difícil es para cualquier realizador trabajar sobre una figura tan poderosa e hipermediatizada como la de Elvis Aaron Presley, el Rey -me permito la mayúscula inicial- del rock and roll. Sobre el camionero de Memphis se ha escrito -y se ha filmado- tanto, que es muy complejo definir un argumento nuevo o algún retazo de historia olvidado en una vida que desde 1956, cuando grabó por primera vez en una disquera de alcance nacional -RCA- la controvertida “Heartbreack hotel”, se convirtió en material de dominio público y por qué no decirlo, planetario.

Sin embargo, Baz Luhrmann, amante de los desafíos cuando se trata de clásicos (Romeo + Juliet, 1996) se juega en un proyecto riesgoso, sacar a Elvis del centro de la acción y, en su lugar, tanto en la narración como en la actuación de carácter, mirar desde los ojos de su -hoy- antagonista supremo, el villano Andreas Cornelis van Kuijk, inmigrante ilegal de los Países bajos y promotor circense, mejor conocido como el coronel Tom Parker, mánager y maldición del joven de la pelvis mágica, convirtiéndolo, literalmente, en su mejor atracción de circo.

★★★☆☆ (3,5 sobre 5)

En eso Luhrmann refresca un mito que ya se consolidaba sin más sobresaltos que los tradicionalmente divulgados, a saber, su dependencia a las píldoras o su cuestionable relación con Richard Nixon, entre otros. El desafío al statu quo comienza apenas oímos la voz de Tom Parker -en el correcto trabajo de Tom Hanks- internándonos en un relato desde la justificación, una especie de mea culpa forzoso, mas sin remordimiento alguno: Elvis era su descubrimiento, su propiedad y él como su representante no es culpable de nada. Hanks acá será una especie de chivo expiatorio para matizar el eventual odio del público, su éxito personal, así como también el cariño que le tiene el público es la táctica del director para absorber el desprecio que asegura su personaje y de paso, dirigir la ansiedad de los espectadores hacia el guion. Mientras tanto Elvis, en un trabajo actoral de calidad encarnado por el modelo, cantante y actor Austin Butler, se transforma en una especie de santo glorificado, brillante y a la vez referencial, que solo reproduce los movimientos que los hilos de Parker -y de Luhrmann- le permiten.

Elvis, en la película, se convierte en un ídolo incuestionable, inalcanzable y perfecto, pero a la vez poco verosímil. Estrategia que emana precisamente de este afán del director por dejarlo “de lado” del relato y que tiene como resultado, quizás, la pérdida de la fuerza emotiva que un fan esperaría de la figura del Rey. Esto no quiere decir que desaparece la emoción, por el contrario, la audiencia canta y llora a la par del desarrollo del filme, no obstante, el peso de la narración lo posiciona en un lugar de difícil acceso, intocable, algo así como una reliquia de la cual se cuentan historias.

La factura técnica es otra cosa. Si hay algo que no se puede negar en los trabajos cinematográficos de Baz Luhrmann, es su exquisito gusto por todo lo que implique hacer de una película una experiencia visual y sonora única. Lo logró con Moulin Rouge (2008) y vuelve a imprimir su sello en esta producción, igualando el grano y la textura de las películas de los setenta, muchas veces virando al verde y al azul (magia y nostalgia) y agregando efectos multipantalla -al mejor estilo Woodstock- que van vinculando de manera tan sutil, que a veces se hace imperceptible, imágenes del verdadero Elvis con la actuación de Butler. La música, siempre inmersiva, nos lleva a una comunión exacta entre las letras y los acontecimientos, lejos lo mejor de este trabajo.

¿Hay algo más que podamos “extraer” de la vida de Elvis? ¿Algo que no se haya contado aún? Luhrmann nos demuestra que sí, se trata simplemente de buscar nuevos -y polémicos- testigos para reconstruir, desde otro punto de vista, el big bang de la música popular y esperar que el resultado de esa apuesta -término que adoraría el mismismo Coronel- fuese, más allá del odio, una forma de decir que Elvis no ha muerto, solo “ha dejado el edificio”.

Disponible ya, en todos los cines y desde la segunda semana de agosto por HBO Max.

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