Momento de superar la herencia simbólica: Laicismo

Por Rodrigo Reyes Sangermani.

Aunque es conocido el poco interés del arzobispo de Santiago, cardenal Celestino Aós por aparecer en los medios de comunicación, me había llamado la atención el prolongado silencio de la Conferencia Episcopal ante el proceso constituyente. Pero tratándose de la Iglesia no dejaba de ser raro que su travesía por el desierto, salpicada de un creciente descrédito por las destituciones y nombramientos obispales tras la crisis de los abusos, haya venido acompañada de una actitud prescindente tanto en la discusión constitucional como en otros temas de la agenda nacional en los últimos años.

Sin embargo hoy, a pocas semanas del plebiscito de salida, los obispos reaparecen en la discusión pública con un documento ofreciendo una serie de “orientaciones” a la opinión pública y alguna crítica al párrafo constitucional que consagra la libertad de la mujer en relación a la interrupción del embarazo. Nada nuevo, nada sorprendente. Consejos obvios ya entregados muchos otros y sabidos por todos, como eso de “discernir informado”, de votar “en conciencia”, de poner el bien común del país por delante, etcétera. Poco aporte poca sustancia. Y respecto de la interrupción del embarazo, ninguna cosa que no hayamos escuchado antes, incluso, desde el punto de vista “valórico”, nada nuevo respecto de la situación actual del aborto por las tres causales.

Es evidente que, más allá de la influencia minoritaria de sectores ultra conservadores vinculados a grupos de poder, hace rato que la Iglesia, en términos de su peso en la discusión política, ha venido perdiendo influencia en el país (¡qué decir en el plano internacional!). La secularización de la nueva sociedad, el vertiginoso descenso en las cifras de personas que se declaran católicos, a su vez el aumento de la cantidad de agnósticos y ateos, la prescindencia absoluta de enfoques religiosos en la labor parlamentaria, el reconocimiento expreso de la nueva Constitución respecto a la condición laica del estado, conforman un escenario nuevo y largamente anhelado de un país que, sacudiéndose de sus prejuicios decimonónicos, entra en una etapa de modernización humanista desprovista de todo dogmatismo de fe y que profundiza una ética valórica universal, amplia, generosa y tolerante.

Hoy Chile ha cambiado, al menos existe la voluntad de avanzar hacia mayores estados de justicia social y democracia, de libertad y solidaridad, valores que ciertamente no son exclusivos de ninguna creencia religiosa, y que por el contrario, el humanismo laico abraza con comodidad.

Espero que ya pronto podamos superar la herencia simbólica que aún permanece en nuestra convivencia nacional, como lo sería dejar de abrir las sesiones del Congreso en nombre de Dios; sacar las capellanías militares en las FF.AA.; prescindir de los rituales religiosos en los actos del estado; y por cierto, lo más importante, eliminar definitivamente las clases de religión de la educación pública.

Este es el momento.

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