El fracaso de una nueva primavera

Por Rodrigo Reyes Sangermani.

Nos hemos farreado un proceso constituyente, de eso a mi juicio no cabe duda, y al respecto, uno esperaría una autocrítica, una de verdad.

El mandato democrático de la ciudadanía se frustró frente a un texto constitucional que no representó ni de cerca a las grandes mayorías nacionales, las esperanzas genuinas de redactar una nueva carta magna que corrigiera los problemas de fondo de nuestra convivencia ciudadana, que actualizara las demandas de la gente por un país más solidario. Sin embargo, en vez de hacer eso, nos confundimos en asuntos accesorios que hicieron ruido desde un principio, desplazando los temas importantes por voluntarismos e ideologías, redundando en un proceso limpio, hermoso, pero finalmente fracasado en sus objetivos superiores.

Es un fracaso de todos, cual más cual menos, pero sobre todo de quienes tuvieron la responsabilidad de representar a sus electores con honestidad y espíritu republicano; fallamos en la decisión democrática y ciudadana de dotarnos de un cuerpo legal que representara a la inmensa mayoría de los chilenos.

Desde el primer día hubo señales que podían anticipar este hecho, aunque por cierto, no queríamos verlo o lo minimizábamos, nos hicimos los lesos, justificando con simplismo cómplice que lo que pasaba era por tantos años de postergación y que había que tolerar algunos excesos simbólicos de la instalación de la Convención. Que era normal.

Lo mismo dijeron algunos dirigentes políticos entonces en la oposición cuando se saqueaba el comercio, se quemaban las micros, los camiones en la Macro Zona sur, y que ahora en el Gobierno, se esmeran por mantener medidas que antes tanto criticaron. No es un tema de derechas ni izquierdas sino de consecuencia política, que desgraciadamente pocos pueden mostrar. Doble estándar que también afectó al juicio político de la ciudadanía por un proceso que era simbolizado por este gobierno de los máximos morales. Me recordaron por momentos las declaraciones desafortunadas y arrogantes de los tecnócratas de Piñera en su segundo gobierno que tanto daño le hicieron al país y su ceguera absoluta para canalizar los esfuerzos reformadores de Bachelet 2.

El día inicial de la instalación constituyente fue un bochorno, y también fue una señal; los disfraces, las posturas maximalistas, los convencionales de voz en cuello increpando a la funcionaria; las escaramuzas en el barrio cívico, las lacrimógenas en el entorno, la indiferencia frente a los símbolos nacionales, el desparpajo en las declaraciones, una fiesta de verdadera democracia convertida en un malón. De las comisiones, las vocerías caóticas, los ofertones absurdos casi todos rechazados en la sala; Rojas Vade y la debilidad de la mesa en criticar lo que era absolutamente criticable, la indiferencia frente a los atropellos, a las funas, a las agresiones verbales e ideológicas, era un verdadero juego de revanchas, de descalificaciones al que piensa distinto; y los moderados, muchas veces al medio, entre absortos y deprimidos, cabizbajos, preguntándose por su propio destino en los días del bigbang constituyente, mirando como desde afuera de una vidriera cómo nos empezábamos a farrear la oportunidad histórica de amplias mayorías.

Pero ahí estaban las listas de los pueblos desgranadas como tantos otros, que no eran sino la suma de individualidades enojadas incapaces de transformar sus enojos en diálogos, y menos en diálogos con capacidad de escucha. Los juzgamos por los resultados, sin duda, pero se veía venir. Es cierto que de a poco la cosa se fue ordenando, gran rol desempeñó Gaspar Domínguez, desde la vicepresidencia en la segunda mitad de período, puso moderación donde había exceso, generosidad donde hubo miseria, pero ya era tarde, algunos empezaron a hacer la pega de destacar el caos de la Convención, aprovecharon su minuto dorado, era que no; pero son los convencionales los responsables, por darse el gustito de un intento refundacional innecesario, exagerado, desmedido; el borrar de un plumazo la Historia, al menos la reciente, para rehacer una nueva historia como si las historias tuvieran puntos de partida como un cuaderno nuevo, y lo que es peor, una nueva historia con muchos lugares comunes aunque ninguno de reencuentro, sin épica ni ética, desprovisto de un mínimo sentido de realidad, una historia que no se supo comunicar bien de qué se trataba, cuál era, porque uno mira para el lado, lejos y cerca y no se avizoran experiencias constitucionales como la que se intentaba fundar.

Un mezcolanza de buenas intenciones (algunas muy buenas), por supuesto la mayoría bien inspiradas, pero opacadas por un evidente debilitamiento en la separación de los poderes republicanos, una composición plurinacional en todas las instituciones públicas como una especie de premio de consuelo por tantos años de ninguneo, en los organismos de designación de jueces, la plurinacionalidad como entelequia que no sólo no ayuda en nada a la verdadera inclusión de los pueblos originarios ni el la resolución de sus más caros problemas, sino que además crea una ficción jurídica de un país que nombró como “chilenos” a todos los pueblos convocados en la fundación de la república, hijos de españoles, criollos, inmigrantes, y al amplio proceso de mestizaje producido desde 1818 en los albores de la patria; o la eliminación del senado en una especie de solucionática del Sofá de don Otto para corregir aspectos negativos en la composición de la Cámara Alta, y una serie de propuestas que no hay que ser un experto constitucionalista para comprenderlas como ajenos a la voluntad sincera de cambios de la ciudadanía en esa marcha de la paz multitudinaria del 25 de octubre de 2020, y quizás ni siquiera a aquellos que haciéndose parte del estallido social venían en reivindicar la necesidad de una “modernización capitalista” más ecuánime, lo que no es del todo descartable; en fin, lo que nos presentó a la ciudadanía en sus múltiples demandas de justicia social, paz, equidad, trabajo, bienestar muy alejados de los discursos revanchistas en extremo ideologizados descritos anteriormente.

La gente no es tonta, no puede ser inteligente para votar con un 78% “Apruebo” en la entrada del proceso constituyente y tonta a la hora de la salida, o al revés. Si es tonta siempre, se explicaría porque algunos aborrecen la democracia liberal. Tampoco se trata de los millones de dólares de la derecha en favor de una campaña de desinformación, no los medios de comunicaciones en manos de ésta los responsables de la catástrofe, no las vocerías ineficientes del Comando del “Apruebo”, es la porfiada majadería de los sectores exaltados políticamente que hacen ver una peligrosa simetría a personajes como de uno u otro sector que ensimismados en sus propios ombligos, anclados en los ideologismos añejos de sus creencias religiosas (porque hacen del mercado y del marxismo respectivamente verdaderos actos de fe) ser capaces de creer que el sol se puede tapar con una mano y que los modelos de sociedad que proponen se resuelven a puños y barricadas, verborrea populista o en la calle defendiendo los procesos que los votos y la democracia les esquivan.

Por eso resulta sorprendente la falta de autocrítica, al menos el interés inicial por analizar los procesos políticos a fondo, más allá de las circunstanciales ganancias partidistas tras el fragor de estos enormes actos cívicos. Como se ha escrito mucho en estos últimos tiempos, la crisis de la democracia representativa, no es ni de lejos el fin de la democracia representativa, es el debilitamiento de la ética política como herramienta necesaria en la representación de las ideas de gobierno como en canalizar los mejores liderazgos para llevar a cabo esas ideas. Pareciera que los partidos en el último tiempo han estado más preocupados del poder en sí mismo más que utilizar el poder en instalar un paradigma ético que represente fielmente las necesidades de la población, las demandas ciudadanas, que vieron en esas ideas la legitimidad de las acciones políticas. Como ese liderazgo se ve desgastado y a las autoridades con discursos grandilocuentes alejados de las verdaderas necesidades, a la vuelta de la esquina la gente que te entregó su apoyo, te da vuelta la espalda rápidamente. Por eso declarar haber avanzado en 20 días más de los que el país avanzó en 20 años, parecía una declaración tan patética y sin sentido, igual que pretender borrar de un plumazo los avances realizados en los últimos 30 años de democracia. A eso se suma un discurso ambiguo respecto de la violencia, los errores de un gobierno inexperto lleno de honestas convicciones y al mismo tiempo carente de certezas políticas, lo que dificulta su despliegue político y la redacción de un relato coherente que dé sentido a las grandes masas ciudadanas ávidas de cambios reales más que discursivos y excluyentes.

Cuando creemos ser poseedores de una verdad única y excluyente, cuando quienes opinan distinto son enemigos y sus ideas hay que combatirlas con la fuerza de la violencia verbal e incluso física, es que el problema ya no es la democracia sino los valores más caros para la construcción de una sociedad amable, generosa, tolerante, libertaria y empática. Si eso falla, la confrontación surge con la fuerza de un péndulo que tras el impulso de su propia fuerza cinética viene a arrasar todo sin importar los efectos ni las consecuencias, menos detenerse a reflexionar si mis verdades no ameritan revisiones, o si las verdades ajenas no pueden eventualmente nutrir las propias de ideas frescas, planteamientos necesarios para ponernos de acuerdo en lo que nos es común y establecer parámetros generosos a la hora de renunciar a las propias ideas para integrar otras.

El texto constituyente rechazado ampliamente por la ciudadanía es una oportunidad para deponer las frases retóricas y altisonantes, las verdades talladas en piedra, los gustitos personales, las reivindicaciones populistas de cualquier tono, los paradigmas añejos, las posturas maximalistas enceguecidas de voluntarismo, y reemplazarlas por caminos de encuentro, argumentaciones construidas desde la evidencia, empatía con el otro, sentimientos fraternales que nos permitan reconocer al otro como un otro válido.

Las grandes mayorías al parecer quieren cambios con moderación, transformar las frustraciones en proyectos posibles, una sociedad más justa y equitativa, pero para ello es necesario que desde el fracaso de este proceso, en el sentido de no haber sido capaz de darle viabilidad a un trabajo constituyente, se construya una verdadera autocrítica sin mirar al frente ni al lado, reflexionar en profundidad los propios errores, tratar de tomar distancia de la coyuntura, de la inmediatez de los cálculos políticos y electorales para volverse en uno mismo y pensar qué pude haber hecho mejor, a qué renunciar para que el otro pueda dialogar conmigo, qué dejar de lado para que sea posible un sueño colectivo, qué poder aportar a mis adversarios para que trabajemos juntos.

Septiembre ha sido el mes de la primavera, por eso el 18 fue la fecha que arbitrariamente se eligió para conmemorar el nacimiento de una nación, dejando atrás los 12 de febreros y los 5 de abriles con los triunfos de Chacabuco y Maipú, respectivamente, como símbolo imperecedero de una patria que vuelve a nacer después del oscuro invierno, pero como en otros septiembres asistimos de nuevo, aunque espero que por última vez, al fracaso de una nueva primavera.

 

1 comentario
  1. José Fueyo dice

    No hay ninguna crítica a la violencia antidemocrática, que es la mayor violación de nuestros derechos humanos q sufrimos los chilenos

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