Mil colores para el Chile del mañana

Por Daniel Ramírez, filósofo

Los pueblos tienen historias movidas y complejas, muchas cosas ocurren, a veces trágicas, otras veces grandes, muchas veces trágicas y también grandes. Pero, pocas veces tienen la chance de algo grande que no tendrá hada de trágico: sentarse a discutir verdaderamente de su futuro.

En el curso de una vida, un momento constitucional es una suerte escasísima. Y por supuesto, no hablo de aquellas ocasiones en las cuales, entre cuatro paredes una oscura comisión que alguien llamó “de expertos”, produce un tal texto, a espaldas de la sociedad.

Estamos llegando a final del proceso que en Chile tanto costó lograr. ¡Tantas, miles de horas de discusión, de publicaciones, de debates, de lecturas, de estudio, de discursos! Campaña, elección, instalación del organismo más representativo que jamás tuvo el país. Todo esto ya ha sido dicho muchas veces. Ahora vamos al contenido, que todo el mundo puede (y debe) leer y estudiar en estas semanas.

Aprovecho para decir que el título de este artículo no es por azar; una cierta reivindicación monocromática ha logrado tribuna, no precisamente por sus argumentos. Solo creo que se han equivocado de color, frente a los mil colores del Chile del mañana, que parecen no ser de su gusto, esa tendencia me parece más bien gris. El miedo, la desconfianza, la angustia ante los cambios, que son reacciones que cualquier sicólogo conoce bien, han sido explotados para una campaña por el rechazo que se vio venir desde el comienzo de la operación.

Digámoslo claramente: El proyecto de nueva Constitución es un texto grande, no solo en términos de número de páginas sino por la ambición del proyecto, de la altura del propósito, de los alcances de lo que se quiere. Y lo que se quiere son cambios. Aquel que no los quiere y los teme, tendrá sus razones, pero lo que no puede argüir racionalmente es que sea la mayoría. Porque la mayoría ya se expresó, eligiendo a los convencionales. Nadie obligó a nadie a votar por nadie. Los grandes temas de la propuesta constitucional reflejan claramente que este momento viene como término a décadas de frustración y sufrimiento, lo que incluso autoridades del gobierno anterior confesaron haber estado sorprendidas de descubrir durante la pandemia. Y que las opciones son importantes: afirmación del Estado social y democrático de derecho, que es plurinacional, intercultural, regional y ecológico (art. 1.1). Extensión de los derechos sociales, afirmación de ‘bienes comunes naturales’, como el agua. ¿Alguien puede desconocer que la privatización del agua es uno de los mayores escándalos jurídicos y símbolo del abuso en nuestra historia reciente? Democracia participativa, iniciativas populares de leyes; ¿a quién puede molestar esto, aparte de quienes están casi seguros de estar en la élite del poder próximamente?

Las innovaciones son importantes, entre otras, creación de una Defensoría del Pueblo (arts. 123 a125), encargada de los derechos humanos, una verdadera instancia a la cual se puede recurrir en los múltiples casos de irrespeto tales derechos y tratados internacionales. Creación de la Defensoría de la Naturaleza (arts. 148 a 150), que asegura el carácter resueltamente ecológico de la sociedad chilena, inscribiendo a nuestro país en la gran causa de la humanidad futura. Por supuesto, estas cosas pueden molestar a quien quisiera que no hubiera muchos ojos puestos en el respeto a los derechos humanos (por ejemplo, laborales) y que no hubiera mucha consciencia ni jurisprudencia ecológica, porque quisiera seguir aprovechando las jugosas ganancias que le proporciona el extractivismo brutal, contaminación, zonas de sacrificio, monocultura y explotación de seres humanos y seres sensibles no humanos.

He leído detenidamente el texto propuesto y no encuentro en él nada extremo ni radical, ni ultranza ni exageración, como sugieren algunos. Por supuesto, varios detalles y formas de redacción, e incluso opciones políticas, yo los habría hecho de otra manera, pero no me chocan. Yo incluso hubiera ido más lejos en varias cosas, habría sido más radical, más “refundacional”, palabra que asusta, pero que nombra algo que a mí me parecía necesario. Pero ahora tenemos el texto que tenemos, y no otro. Estoy consciente, sin embargo, de aquellos puntos que pueden generar conflicto y que servirán de bandera de lucha a quienes están, muchos de ellos desde siempre, por la opción rechazo.

Y voy a mencionarlos:

1) Los derechos de la naturaleza
La proposición los enuncia de entrada, lo que es una gran osadía, aunque para quienes estamos familiarizados con las evoluciones del pensamiento contemporáneo, no tiene nada que pueda sorprender. Hay otras maneras de defender filosóficamente a la naturaleza, a la biodiversidad, al clima o a los animales; pero fue esta la elegida, y es una opción perfectamente actual. Se objeta que la naturaleza no es un sujeto consciente y que no podría por tanto reivindicar derechos. Sin embargo, nadie objeta, por las mismas causas, que el recién nacido o un paciente en estado de coma permanente tenga derechos (si ser un sujeto consciente de ellos) y no pueda ser tratado como una cosa. En este caso, la naturaleza, los animales, los ecosistemas, la biodiversidad, son objeto de derechos, son pacientes de derechos, y nosotros, los seres humanos adultos, sanos y conscientes (aunque no todo lo son) somos agentes de derechos, nos compete decidir, conocer y respetar estos derechos.

2) El “Estado plurinacional”,
Aplicado a Chile, es algo que me parecía innecesario, pero fue la opción de la mayoría de los convencionales. Lo he explicado muchas veces, no hay por qué asustarse. No hay que confundir ‘nación’ con país, o nación con ‘Estado-nación’. Nación significa casi exactamente lo mismo que etnia. La palabra viene de ‘natio’, y del verbo ‘nascor’, “nacer”, en latín. La nación entonces, etimológicamente, habla del nacimiento, de tener un origen común. ‘Etnia’ (etnos en griego antiguo, significa “pueblo” en el sentido del origen, así como demos lo es en sentido político). La etnia es lo que la etnología moderna utiliza en vez del de “raza”, término biológico, inaplicable a los humanos, mezclados por todo el mundo. La etnia es una identidad cultural y no biológica, un grupo que reconoce un origen, una lengua y una cultura común. ¿Se puede dudar que aquellos que se reconocen como miembros de pueblos originarios tienen (y valoran) un origen común? Por supuesto que no. Entonces, ¿en qué puede chocar que la nación (pueblo) chilena y el Estado chileno comporten varias naciones (pueblos)? A menos de afirmar que todos tenemos el mismo origen étnico, lo cual sería absurdo; españoles, ingleses, judíos, árabes, mapuche, aymaras, Rapa Nui, etc., todos ellos son orígenes que se encuentran en nuestro país, son filiaciones, descendencias, linajes, raíces. Alguien puede decir que no le importa porque se considera simplemente chileno. Ello es perfectamente válido, tanto como aquel que se considera primero judío y luego chileno, o primero italiano, luego argentino, o el que se considera antes peruano que japonés o más brasileño que alemán, o latinoamericano, o europeo, o ciudadano el mundo. Solo que nadie debería venir a decirnos cuál es nuestra identidad. Es materia del sentimiento personal, de la libertad individual, de la búsqueda de identidad y de la construcción de reconocimientos colectivos. Solo los sistemas totalitarios asignan identidades y las imponen a las personas.

Nuestros pueblos son plurales, tienen mil colores. Es una gran diversidad humana, cruce de historias, lenguas, músicas, costumbres, nombres, acentos y rasgos fisionómicos, cocinas, vestimentas, músicas y artesanías. Todo aquel que haya superado el racismo, y está claro que no todos lo han logrado, considera que ello es hermoso y de una gran riqueza. ¿Los pueblos originarios indígenas prefieren llamarse naciones? ¿Y entonces? En cuanto a lo político en la proposición constitucional está claramente indicada la unidad del Estado de Chile, que es una república (‘res publica’, es decir la cosa común) y que su territorio es único e indivisible (art.3).

3) La “Cámara de las Regiones”, el cambio de nombre del Senado (art. 254 y 255).
Primero, no olvidemos que el gran miedo era la desaparición pura y simple del Senado y que la idea de un parlamento unicameral era fuerte. Tomando en cuenta que el Senado estaba terriblemente desprestigiado, incluso más que la cámara baja, luego de décadas de obstaculizar todo tipo de reformas, recibiendo salarios estratosféricos, muchos hubieran preferido esta solución (no era mi caso). Pero la Convención prefirió otra cosa. El Parlamento continúa siendo bicameral.
Lo importante en esto son las maneras de designar los miembros (que no sea el mismo tipo de elección, lo que hacer redundante la segunda cámara) y las atribuciones. Que el senado sea remplazado por una “cámara de las regiones”, y que las regiones designen sus representantes, es tan lógico como que los senadores en los EEUU, representan a los Estados, en tanto que los miembros de la Cámara de Representantes, al pueblo unitario. Cada cámara tiene su manera de elegir a sus miembros y sus roles específicos; por cierto, los roles de la cámara de las regiones son bastante próximos a aquellos que ejercía el Senado. Una descentralización que se traduce en la estructura política del parlamento es coherente. El Estado es uno y sus instituciones son múltiples. El país es uno y las regiones son diversas. Una regionalización que no se traduzca en instituciones coherentes es una mera apariencia, como ocurre en muchos países, en que la élite de la capital decide de todo. No será el caso del Chile del futuro.

4) Pluralidad de sistemas jurídicos.
En realidad no es más que el reconocimiento de tradiciones propias a los pueblos originarios en las maneras de resolver conflictos. La proposición señala claramente que tanto los tribunales de justicia como las autoridades de pueblos y naciones indígenas deberán respetar la constitución y las leyes, los tratados internacionales de DDHH (art. 309.1); y que pueden existir conflictos entre diversas instancias, como los hay en todo sistema jurídico: es por eso que se puede acudir a una instancia superior en caso de desacuerdo (tal como en Francia, por ejemplo), en cuyo caso corresponde a la Corte Suprema resolverlos (art. 329).
Veámoslo de manera inversa: ¿Qué sería un país diverso e intercultural y regionalizado, si no se tuvieran en cuenta los contextos culturales? Los conflictos que tienen que ver con familias filiaciones, costumbres, vecindario, ritos, fiestas, uso de recursos naturales, deben ejercerse al nivel más próximo en que surgen. Imaginemos que en una comunidad indígena hay una queja contra un vecino que acapara el agua… Los etnólogos y estudiosos de las culturas indígenas saben perfectamente que esas comunidades tienen, y a veces desde hace siglos (como los ayllus de los aymaras) sistemas para resolver este tipo de situaciones, y que sería perfectamente arbitrario e incluso violento que viniera un juez de la capital a decir lo que hay que hacer.
Por supuesto no se trata de asesinatos, violaciones o asaltos a mano armada, que caen dentro de la jurisdicción de lo que está claramente descrito como Sistema Nacional de Justicia (art. 325), que tiene su estructura: justicia vecinal, tribunales de instancia, cortes de apelaciones y Corte Suprema (art.327), y que esta última tiene autoridad por sobre todas las otras instancias. No hay lugar para fantasmas e historias de terror en un texto bastante exhaustivo en los que se refiere a las atribuciones de cada nivel e institución.

5) El estatus de los animales
Este no es un punto muy conflictivo, pero me interesa personalmente; reconocidos como seres sensibles, sintientes, con derecho a una vida libre de maltrato (art. 131), esto podrá aburrir a los aficionados a violentos rodeos, riñas, circos con domadores que exhiben látigos, cacería de entretención o crianza industrial intensiva. Pero es así, las sociedades avanzan porque la humanidad avanza. De la misma manera que alguna vez se terminan la esclavitud y la pena de muerte, hay cosas brutales que se van terminando, y eso a pesar de las “tradiciones”. No hay que abusar del término tradiciones, justamente porque alguna vez la esclavitud, los sacrificios humanos y las ejecuciones públicas fueron tradiciones. Los nostálgicos de costumbres patriarcales y de sistemas de desprecio y de violencia, tienen la opción más simple de todas: experimentar la nostalgia, que por cierto es un sentimiento perfectamente humano, del cual puede incluso surgir literatura.

6) ¿Una proposición que divide a los chilenos?
Cientos de cosas quedan en el tintero y hay que seguir la discusión, pero hay que mencionar este curioso argumento. Solo la ignorancia absoluta (o fingida) de lo que son los procesos constitucionales puede permitir tal profesión de absurdo. Un proceso constitucional es una confrontación de ideas, una discusión en gran escala, donde hay negociación, acuerdos y desacuerdos. Todas las tendencias estaban representadas en la Convención elegida democráticamente, aunque se puede decir que eso obedeció a un momento preciso, el de la elección. ¿Pero no es el caso de todo organismo elegido por voto? ¿A quién se le ocurriría que, visto la evolución del debate, habría que disolver un parlamento cada tres meses para que refleje la evolución de la opinión pública? Simplemente hubo mayorías, minorías, se discutió, se trabajó, se negoció, se llegó a acuerdos, se votó. No todo fue aceptado ni de un lado ni del otro. El resultado es el que es, y por supuesto, no es del gusto de todos, y para ser más preciso, no es del gusto de la minoría que ni siquiera consiguió un tercio de bloqueo.

El país estaba dividido antes, por cierto, como todas las sociedades del mundo, salvo los sistemas totalitarios, en los cuales en realidad no se puede ver la división. La democracia es un método para poder legislar y gobernar cuando no todos están de acuerdo. No, no estábamos unidos. Pero entre los desunidos, había quienes estaban más desunidos que otros: los pueblos originarios marginalizados y empobrecidos, las mujeres abusadas, los niños sin educación, los ancianos sin previsión decente, los pobladores sin agua, los habitantes de campamentos sin sanidad, los profesores mal pagados, los estudiantes endeudados, los estafados por las AFP, los que yacen en los corredores de los hospitales públicos. Todos ellos estaban muy desunidos por la terrible, la implacable fuerza de desunión de la desigualdad, la injusticia y la indignidad.

La constitución no resolverá todo esto en algunos años. Pero desconocer todo el proceso, la grandeza del momento, la gran oportunidad de comenzar de nuevo, de trabajar por una sociedad menos violenta, más digna, es algo muy triste. Su verdadero color es el gris, en realidad. Que implica la tozudez de negar que la suntuosa diversidad cultural, genérica, vital, generacional, natural, se ha expresado y ya no cesará de hacerlo, y que la belleza y la amplitud del mar, la tierra, las montañas, los ríos, los subsuelos y los glaciares y las ciudades son de todos y que queremos vivir en paz en un país nuevo.

¿Aparte de Stalin, Mao, o el Ayatollah Khomeini, alguien puede imaginar que una proposición de Constitución hubiera podido ser votada a la unanimidad? Toda constitución es un marco que presupone la legislación que viene después, en la cual la discusión, negociación y votos, continúan. Nada es definitivo. Por eso también son absurdas las frases como “rechazar para reformar”, o incluso he visto por ahí, y yo diría que peor aún: “aprobar para reformar”; como si se aceptara que da miedo aprobar pura y simplemente. ¿Y por qué daría miedo? Una vez más, porque hay cambios. Es absolutamente imposible que no haya reformas, por la simplísima razón que todo sistema se está siempre reformando y que la propuesta constitucional incluye muchos más mecanismos para reformas que los de la del 80, que era una verdadera muestra de “cerrojos constitucionales”.

La obsesión conservadora, el deseo de que nada cambie, muchas veces utiliza términos como “tradición institucional”, “tradición democrática” o “continuidad constitucional”. Esto puede sonar a ironía, porque ¿qué puede significar la “tradición institucional”, democrática o constitucional en un país que ha sufrido varios golpes de Estado y revoluciones en el siglo XIX, varios sistemas semi-dictatoriales en el siglo XX, terminando por una verdadera y brutal dictadura cívico-militar, que interrumpió durante 17 años la vida institucional democrática del país? No hay tal tradición y si la hubo, fue destruida. No haber entendido eso es tal vez uno de los elementos clave del sentimiento generalizado de fracaso de la interminable y nunca realmente acabada “transición a la democracia”, que confundió gravemente, continuidad institucional (aunque fuese inventada) y conservación del sistema económico neoliberal.

Una campaña llena de tales frases vacías o simples calificativos, (como que sería “un mamarracho”), que muestran la hipocresía en un caso, porque muchos de quienes hablan de “rechazar para reformar” se opusieron a todo tipo de reformas, y la falta de convicción o mala consciencia en el otro, puesto que solo un estallido social gigantesco impuso el cambio de constitución a cuál nunca le pusieron la energía ni la convicción suficiente, hasta llegar a boicotear la tentativa de la presidenta Bachelet en 2016. No hay que olvidar que de este conflicto de gran envergadura pudimos salir gracias al acuerdo que generó el proceso constitucional. El verdadero mamarracho es la campaña por el rechazo.

Entonces, ¿quién divide a los chilenos? La pregunta debiera ser ¿quién los dividió antes? ¿Quién, desde hace siglos, se apropió por la violencia de tierras y riquezas? ¿y quién, desde la independencia, forjó una sociedad patriarcal de desigualdades brutales? ¿y quién, desde la dictadura, aprovecha de enriquecerse sin freno alguno, acaparando los bienes del país y poniendo sus capitales en el extranjero? ¿Y quién, desde la transición aprovecha el cuoteo político, acapara los medios, reparte puestos y privilegios entre sus familiares y se acostumbró a estar en la élite?

Yo no apruebo con tal o cual reparo, ya vendrá el momento. Apruebo simplemente. Porque quiero ver como sigue renaciendo la esperanza. No hay canción más bella que el sonido de la esperanza renaciendo. Sí, aquella de llegar a estar menos desunidos, porque nos reconocemos en nuestras diferencias, porque trabajamos para lo de todos, porque nos cuidamos entre todos y todas, incluso aquellos que rechazan, porque el gris también es un color, y forma parte de los mil colores del Chile del mañana y los diez mil matices que el alba irá revelando, porque seguiremos despertando, hemos aprendido a hacerlo y no se nos olvidará mientras el sol siga saliendo por la cordillera.

“El miedo, la desconfianza, la angustia ante los cambios, que son recciones que cualquier sicólogo conoce bien, han sido explotados para una campaña por el rechazo que se vio venir desde el comienzo de la operación”

“¿Aparte de Stalin, Mao, o el Ayatollah Khomeini, alguien puede imaginar que una proposición de Constitución hubiera podido ser votada a la unanimidad? Toda constitución es un marco que presupone la legislación que viene después, en la cual la discusión, negociación y votos, continúan”

“Es absolutamente imposible que no haya reformas, por la simplísima razón que todo sistema se está siempre reformando y que la propuesta constitucional incluye muchos más mecanismos para reformas que los de la del 80, que era una verdadera muestra de ‘cerrojos constitucionales’”

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