Empatía falaz: ese periodismo que no necesitamos, pero nos hicieron creer que sí

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

¿Qué se espera del trabajo periodístico?

Pregunta compleja que difícilmente hemos podido siquiera aventurarnos a responder aquellos quienes lidiamos con este oficio, menos aún los otros que todavía confían en los medios, ya sea por fuerza o por costumbre y que siempre esperan algo que rara vez aparece: el criterio. Más allá de buscar culpables, ya sea en la formación académica o en la de-formación profesional, es cierto que hubo una sociedad que aceptó esta forma de comunicación y más temprano que tarde quedó atrapada para siempre en aquel peligroso efectismo.

A propósito de los últimos casos de reporteo amarillo, ese que explota en falacias emotivas y domina la persuasión simple, es bueno entender que estos no son los primeros y probablemente no serán los últimos, la emotividad sigue siendo una trampa muy esquiva de burlar. No obstante, las casi 3 mil denuncias que, al cierre de este artículo, tiene el programa Teletrece Central en el CNTV, en específico, por su transmisión del 23 de diciembre “por trato denigrante hacia una persona”, pone urgencia en definir, sin eufemismo alguno, esta soberana estupidez que ataca al ejercicio periodístico desde sus orígenes y que hoy, con una sociedad más empoderada, parece -esperemos- tener sus días contados.

La historia reciente es simple. Tras la discutible cobertura informativa acerca de los incendios que afectan a la Ciudad Jardín y sus alrededores, que ponía el foco en la amplificación del sufrimiento por sobre las eventuales soluciones, la periodista de Canal 13 Mónica Pérez no dudó un segundo en preguntarle a un ciudadano que había perdido todo, a horas de las fiestas “¿Cómo va a celebrar la Navidad mañana, qué piensa hacer?”, lo mismo se repitió en otro despacho, de la misma señal, donde un “avezado” Polo Ramírez, vuelve a la carga con pregunta similar a una pobladora del sector, que se encargaba de un almuerzo comunitario para los afectados por el incendio.

¿Más perlas? En otro lugar de la región Humberto Sichel, destacado periodista de CHV, aporta con su “¿Qué necesitan?” ante la evidente destrucción y las pilas de escombros en la zona misma del siniestro o Iván Núñez, rostro de TVN, consultándole a la alcaldesa de Viña del Mar acerca de “¿Qué va a pasar con el Festival de Viña?”.

¿Por qué lo anterior es inaceptable? No es necesariamente por las preguntas, es más, puede haber algo de cándida y honesta curiosidad para alguien que no ha sufrido lo bastante. El problema es el contexto y el criterio que usa el profesional para determinar que lo que pregunta no hiere ni daña a su interlocutor y que, por el contrario, sigue siendo extremadamente útil. Pensamiento crítico le llaman.

Y no, no se trata de descontextualizar, ni menos satanizar la profesión, es intentar erradicar de una buena vez esa práctica tendenciosa que exacerba el drama para mantener la tensión sobre el despacho, ya que no es primera vez que pasa y no hay razón alguna para decir que no lo “vieron venir”. Algunos colegas siguen preguntando aquello porque creen a ciencia cierta que “es la forma de hacer periodismo”. Indagar en los datos nunca será lo mismo que exponer la intimidad de las personas.

¿Torpeza?, ¿mala voluntad? Yo quiero pensar -no creer- que es una simple mala costumbre -no por eso menos reprochable- la que mantiene en el ejercicio periodístico aquellas “mañas” que sabemos diluyen la razón y se vuelven útiles sobre las grandes audiencias solo cuando de rating se trata. Una gran falacia de tradición, ¡siempre se ha hecho así!, amarillismo en todas sus letras, que dicho sea de paso viene de la precisa traducción de “yellow”: cobarde y cruel; falsa empatía para ganar televisores encendidos, la versión televisiva del “clickbait” en redes sociales. Una carnada para obtener un miserable punto más de pantalla, otro poco más de “engagement”, un momento más de recordación en las personas; simple y burdo espectáculo que se sostiene en el dolor ajeno.

Los casos suman y siguen, periodistas que dejan hablando solos a sus entrevistados cuando alguien de alcurnia o que ostenta cierto poder entra en escena, sin siquiera despedirlos o cerrar el despacho; o esos otros, agazapados en los paraderos de transporte público en pleno invierno para ir detrás de la “cuña” fácil de quienes, muy en la madrugada y esperando molestos por la aglomeración y el agua que les escurre gracias a la imprudencia de los conductores, siempre van a tener palabras de desconsuelo para la “camarita amiga”.

Este “estilo”, por darle nombre a la ignominia, es el resultado de un círculo vicioso de acciones que pretendían explicar, en las escuelas de periodismo, así como en los medios y siempre desde el status mas nunca desde lo razonable “de lo que se trataba el periodismo”, “de la necesidad de entretener por sobre cualquier cosa” o, como se justifican algunos programas de dudoso fin informativo, “de llevar alegría a cualquier costo para las personas que lo están pasando mal”. Todo, un mero espectáculo en búsqueda de rentabilidad, donde el miedo y la risa fácil movilizan el deseo y la fidelidad al producto, desplazando la razón.

Algunas veces, las pocas, la industria ha acusado el golpe, no por nada y hace algunos años es que los programas de entretención matutina incluyen, por ejemplo, periodistas para darle el “tono” responsable a la información que, peligrosamente y debido al alcance de una transmisión de tres o más horas, allí se expresa como única y verdadera. Sin embargo, esos mismos periodistas terminaron sucumbiendo a la opinión fácil, al “baile de moda” y hasta “un desfile en tacones” entre otras lúdicas expresiones, constatando que, si nadie extraña la información de calidad, jamás se hará el esfuerzo para sostenerla.

Ahora es el momento que amerita una revisión acerca de lo que promulgamos en los programas de estudio, lo que enseñamos en las aulas y que luego torcemos en el consejo de pasillo acerca de cómo hacer “más sabrosa la transmisión”.

Hay un periodismo que nunca fue útil y sin embrago nos hicieron creer que era la única forma. Pues no, hoy la gente habla, impugna en cámara, no tiene miedo de negar un despacho mal conducido o evidentemente manipulado, repudia la prensa facilista y esquiva al reportero tipo “payaso de matinal”, no porque se hayan vuelto graves y no quieran una cuota de alegría en sus vidas, sino porque hoy, más que nunca, necesitan de información de calidad, sin endulzar y con la suficiente certeza para construir su propia opinión: ¿Quién sabe si no es esta la forma de creación de una nueva y real opinión pública? Un llamado de atención a aquellos que todavía no entienden el objetivo primordial del buen periodismo que lleva décadas entreteniendo y ha olvidado, a veces convenientemente, educar e informar.

Porque el periodismo es mucho más que reportear o comunicar ¡Todo el mundo lo hace!, mucho más que usar un lenguaje particular o un formato específico -lo que incluye lo innecesario de ese sonsonete absurdo del periodista deportivo imitando el timbre marplatense o aquella melodía mal acentuada de la voz en off de los noticieros y reportajes- el periodismo debe ir más allá, ya que tiene en su praxis otorgar una mirada -de preferencia- distinta, informada y argumentada que sugiere, desde la ponderación de una serie de fenómenos sociales, una lectura posible para entender los procesos culturales, propiciando una comunicación directa con las audiencias quienes, aún en este mal momento, siguen considerando al periodista como un actor necesario. El periodista podrá ser entonces un líder de opinión que, como especialista del lenguaje y la comunicación, pueda ayudar a otros a entender, anticipar y resolver desde una reflexión honesta -y desde cualquier soporte- aquello que les permita hacer frente al cada vez más complejo escenario social.

Quizás pueda ser difícil aceptar que las formas han cambiado y aquello que antes era “la forma” correcta, hoy no es más que ruido. El punto es si estamos dispuestos a asumir tal desafío y aplicar mayor empatía -de la buena- a la hora de informar.

 

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