Despeinados, pero todavía sonriendo

Por Claudio Álvarez, periodista

“Las verdaderas razones tras el alza de la inversión extranjera en Chile”. Con ese encabezado, el diario La Segunda publicó el lunes 20 de febrero una nota esbozando las causas que facilitaron que US$17.105 millones ingresaran al país durante 2022, según datos del Banco Central. La cifra constituyó además el monto más alto registrado en Chile en los últimos cinco años. Más allá de lo curioso que resulta el titular (¿existen razones falsas para el alza de la IED en Chile?), hay un par de reflexiones interesantes que se pueden sacar del texto publicado por el vespertino.

La primera es que no hay una contradicción entre la afirmación «oficial» (puesta a modo de explicación “demasiado simple” del fenómeno), donde la autoridad hace referencia al flujo de capitales como una señal de la confianza de los inversionistas en el país, y las opiniones de los dos analistas incluidos en el texto. Estos abordaron como factores clave el tipo de cambio, que hizo que tanto los activos como los créditos fueran más baratos en el país; así como la acumulación de proyectos detenidos producto de la pandemia, que se habrían “desatado” tras las primeras señales de reactivación económica.

Si bien es cierto que por sí solos ambos son más que correctos como elementos a considerar, cuando se habla de IED no hay que perder de vista que las compañías están mirando a largo plazo; no se trata de una inversión pensada para «entrar y salir»: las empresas se instalan para operar en un país durante años, desarrollan estrategias de mercado, envían ejecutivos desde su casa matriz, capacitan profesionales locales y un largo etcétera, en una decisión que tiene varias dimensiones que están más allá del «precio» en su planilla Excel. Invertir es siempre una apuesta por las condiciones actuales y futuras que una economía ofrece (difícilmente el directorio de una multinacional decidirá la compra de activos o compañías que no pueden operar, solo para aprovechar una «oferta”).

Por otro lado, si hablamos de inversión acumulada, es útil recordar que ya el año anterior habíamos tenido las mayores cifras en cinco años, por lo que al parecer el «deshielo» de los proyectos congelados había comenzado post 2020, con un flujo que no parece haberse detenido tampoco durante el proceso constitucional. Al respecto, vale la pena mencionar que -según quienes trabajan en el rubro- el horizonte de materialización de una inversión extranjera está en torno a los tres años.

Hay un punto incluido en la nota que no fue destacado y me parece central: el riesgo-retorno del país sigue siendo sumamente atractivo en la región. No por nada esta misma semana Bloomberg destacó que Chile es hoy el destino más seguro para invertir en América Latina, en un escenario en que la incertidumbre global y regional es alta. Aun cuando en su análisis también excluyó el factor del largo plazo (Chile tiene una trayectoria como receptor de inversión que puede pesar más que la radiografía del momento), quizás por ahí habría que buscar también las «verdaderas» razones de las recientes cifras y de los anuncios permanentes de las compañías foráneas en el país.

Por lo general obviar el contexto y analizar los factores por separado dificulta ver la foto mayor. Una imagen en la que salimos, probablemente más despeinados que antes, pero todavía sonriendo.

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