11S y Acto de Chacarillas: el rito fundacional

Por José Albuccó, académico de la Universidad Católica Silva Henríquez y creador del blog Patrimonio y Arte.

Con una imagen de fondo de Diego Portales y acompañado por la bandera chilena, posaba el general Augusto Pinochet Ugarte revisando los discursos que pronunciaría en 1977. Entre ellos, el que daría con motivo del acto del Día de Juventud, que se realizaría en el cerro Chacarillas, en el actual Parque Metropolitano.

En este rito ceremonial prendieron sus antorchas 77 jóvenes que supuestamente representaban a la sociedad chilena de entonces, quienes asumían un compromiso con la defensa histórica y proyección del 11 de Septiembre. Según señaló un diario de la época, ellos eran la «representación simbólica de la juventud chilena en su compromiso permanente con la tradición y los valores fundamentales del país». Muchos de los jóvenes del aquel momento son los mismos que -50 años después- aun justifican lo sucedido durante la dictadura cívico-militar.

En aquel acto se proclamaba que la dignidad de nuestra patria no se hipoteca ante nada ni frente a nadie. Sin embargo, a fines de los setenta y a comienzos de los ochenta, se instauró la liberalización de las importaciones, la desregulación del sistema bancario y la privatización de las empresas públicas. Además, la deuda externa chilena creció un 300%, recursos que no se usaron para generar empleos de calidad ni promover la manufactura innovadora, tampoco para cubrir los extensos requerimientos sociales y culturales de la población. Así, al contrario de lo proclamado en Chacarillas, en la dictadura cívico-militar el desarrollo nacional y la dignidad del trabajo fueron hipotecados ante otros.

A la vez, este ritual fue el hito de inicio de un nuevo orden político-institucional, que se caracterizaba por ser una democracia autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de participación social. Se trata de un proceso concebido en tres etapas: recuperación; transición -que culminaría la Constitución del 80-; y normalidad o consolidación.

Hoy en día, ese proyecto pareciera recobrar bríos en la derecha chilena. Así se desprende, por ejemplo, de la actuación de los personeros de ese sector en los dos últimos procesos constitucionales, donde bregaron por revivir aspectos de la carta magna de la dictadura, que fue legitimada con la firma de los gobiernos concertacionistas. Una muestra son las indicaciones que buscan mantener su artículo 22, que señala que “los chilenos tienen el deber fundamental de honrar a la patria, de defender su soberanía y de contribuir a preservar la seguridad nacional y los valores esenciales de la tradición chilena. El incumplimiento de estos deberes será sancionado por la ley.”

Con motivo de la conmemoración de los 50 años, el gobierno ha invitado a los chilenos y chilenas a hacer un ejercicio de memoria para proyectar el futuro de nuestra convivencia democrática. En ese marco, es necesario volver al infausto recuerdo de Chacarillas, que es sólo uno de los ejercicios rituales en torno a los símbolos culturales que se fueron imponiendo en esos años, que se suma a los cambios de nombres de calles y edificios, construcción de altares y prohibición de distintas expresiones de la cultura.

Este ejercicio permite analizar en qué medida el proyecto autoritario de la dictadura sigue vigente entre nosotros y es seductor también para quienes hoy en día quieren seguir un camino similar. Por ejemplo, es necesario tener en cuenta aquella frase que se lanzara esa noche – “volver atrás es volver a la esclavitud”-, reconociendo que hoy persisten muchos rostros de la esclavitud en nuestra sociedad, que son transversales a las ideologías, como la violencia directa, estructural y simbólica, la coerción, el engaño y los abusos de poder que se cometen a diario.
La conmemoración de los 50 años debiera permitirnos conversar y encontrar propósitos comunes para el presente y futuro de un país con rostro humano y que aprende de su historia.

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