A solo 145 kilómetros de Gaza: una voz desde la nube de horror (II)

Desde la ofensiva terrestre en Gaza, las noches en Ammán (en Jordania) son oscuras, las calles vacías, los rostros cerrados. Miradas buscan otras miradas donde reconocer el dolor común.

Querido director:

«Volvieron a cortar Internet y, créeme, me alegré. Porque después de mostrarles por lo que estamos pasando, se limitan a decir que lo sienten y nadie hace nada. La gente comparte mis imágenes y mis historias y lo siguiente que hacen es divertirse. No necesitan compartir, aquí no necesitamos compasión».

El joven que escribe estas palabras blancas sobre un fondo negro se llama Motaz, un periodista de 24 años. Ya ha cubierto varias guerras en Gaza. Describe, día a día, la intensidad de las matanzas, de los bombardeos. Los crímenes. Antes de octubre, filmaba la vida cotidiana de los palestinos de Gaza, las pésimas condiciones de vida, el agua salobre, los cortes de electricidad… pero también la alegría, los colores en el mercado, las reuniones familiares.

Desde hace un mes, filma el horror. E incluso el horror que le afecta personalmente, porque al llegar a un hospital donde quería mostrar lo que pasaba, descubrió que su familia había sido masacrada por las bombas. Cada día siente la indiferencia y la distancia. No puede entender el desapego de los que están lejos. Se siente aún más solo, y lo dice. La impresión que al haciendo clic y compartir su historia, estamos demostrando nuestro humanismo, lo desanima, lo hiere profundamente. ¿El barco que Francia envió al Mediterráneo para ayudar a los civiles de Gaza, que sólo tiene capacidad para dos heridos graves? ¿Un truco de relaciones públicas?

Ese es el sentimiento de soledad y de traición que sienten los palestinos, todos los que viven en Gaza, Cisjordania y el resto del mundo. Saben a ciencia cierta que muchos gobernantes no los consideran como seres humanos dignos de recibir protección. Aunque la responsabilidad de proteger R2P y sus 178 artículos sea una norma del derecho internacional adoptada por todos los estados miembros de las Naciones unidas desde 2005.

Desde la ofensiva terrestre en Gaza, las noches en Ammán (en Jordania) son oscuras, las calles vacías, los rostros cerrados. Miradas buscan otras miradas donde reconocer el dolor común. El dolor ahoga, mantiene despiertos. El objetivo de la carnicería son los niños, miles de niños. El 40% de los muertos son ellos, y no es sólo una cifra. ¿Cómo es posible que la comunidad internacional (entiéndase sobre todo Occidente) siga permitiendo que esto ocurra, y no ejerza presión para hacer cumplir el derecho internacional, para imponer el «hecho» y no sólo la «idea» de que la carnicería debe cesar?

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Aquí todo el mundo conoce a alguien o tiene familia allí en Gaza. En Gaza, pero también en Cisjordania. Mientras los palestinos de Gaza son desangrados, los ataques de los colonos en Cisjordania se intensifican. Pero los gobiernos occidentales están «acostumbrados» y su silencio es ensordecedor. Hace tiempo que la situación dejó de conmoverlos. Hace tiempo que muestran su indiferencia… Los ataques a las aldeas palestinas de Cisjordania son cada vez más intensos, con colonos armados que anuncian una nueva Nakba (como la de 1948, la catástrofe que hizo huir a 750 mil personas ante masacres), destruyen aldeas y arremeten contra los beduinos o los habitantes de algunas aldeas, como ocurrió la semana pasada en Wadi al-Seeq (véase el diario israelí Haaretz, «Quemaduras de cigarrillos, palizas, tentaciones de agresión sexual: Colonos y soldados maltrataron a palestinos». ¿A quién le importa? Esa es la realidad que recuerda el vendedor de falafel debajo de mi edificio?

Mantenerse despiertos. Como si al pensar en ellos, todos proclamáramos nuestra humanidad. Manteniendo una luz encendida en esta noche oscura, sin olvidar. La impresión de que dormirnos nos pone del lado del olvido y de la des-humanidad.

¿Qué les queda a los que se saben condenados a morir bajo una bomba, si no es tener amigos? ¿Quedar como un rastro, en la pupila de quien dice «te quiero», al otro lado del muro del silencio?¿Basta con decir te quiero, pienso en ti?

Las imágenes vienen a nosotros, del vecino del vendedor de pasteles con el que me cruzo todos los días en la esquina de la calle. O del vendedor de frutos secos. O el de la fotocopiadora.

Esta vez es un padre, que ha inventado un juego para borrar el miedo de su hija:

– ¿Es un avión o una bomba? pregunta.

La niña que debe tener menos de tres años responde:

– Una bomba… y cuando caiga, nos reímos, ¿ya?

Y cuando la bomba explota, la niña estalla en carcajadas. Esa risa llena de sus mejillas rosadas.

– ¿Eso te hace reír? dice el padre

– Sí, es divertido, ríe la niñita.

El 17 de octubre, el ejército israelí advirtió en árabe que cinco hospitales serían blanco de sus ataques. El Hospital Bautista El Maamadany fue el primero. Nadie escuchó el mensaje en ningún otro idioma ni en ningún otro lugar. A las 19.07 horas, Netanyahu publica en su cuenta X en inglés que se trata de «una batalla entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas». Todos seguimos su cuenta: está tan lleno de sí mismo que anuncia los horrores con anticipación. Menos de 20 minutos después, El Maamadany no es más que cenizas.

A partir de ese momento comienza el juego de la propaganda: ¡un hospital! ¡Israel no se atrevería! Algunos dicen estar seguros de que fue el propio Hamás quien bombardeó a su pueblo. El New York Times demuestra lo contrario. Y mientras este mundillo discute, Israel bombardea otros tres hospitales, escuelas, iglesias…

El hospital oncológico turco, el hospital de Al Shifa, la iglesia ortodoxa, el campo de Jabaliah del tamaño de una ciudad de más de 100.000 habitantes, el hospital Al Quds y los alrededores del hospital indonesio de Beit Lahia…

Y ya nadie se pregunta si Israel se atrevería. Porque se atrevió. Mientras tanto, gracias a la flagrante deshumanización de los dirigentes occidentales, son cientos de miles los que no quieren convertirse en colaboradores y en asesinos de quienes se desmoronan bajo las bombas.

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A partir de ahora, nadie cuestiona las intenciones del ejército israelí.

Si un periodista habla, al día siguiente su casa arde; si un médico habla, corre la misma suerte. A estas alturas, todo el mundo está acostumbrado a la imagen de los escombros. La costumbre mata a la humanidad. Instalarla es una de las tácticas eficaces de quienes avanzan en el horror. Cada día pensamos que esto va a acabar, pero cada día es peor. La gente aquí conoce las caras y los nombres de los muertos. Los niños que tiemblan. Los números se suceden, inodoros, indoloros para aquellos cuyos pulgares pasan con un gesto en Instagram o en otra aplicación, de un niño desgarrado a una receta de cocina. La humanidad en el gesto del pulgar, barriendo la imagen con un gesto, borrándola de la memoria inmediata.

Cada vez, nos decimos a nosotros mismos que el horror ha alcanzado el nivel de «demasiado», y que no puede ir más allá. Y al día siguiente es peor. ¿Como es posible que el peor exista?

Dicen que los hombres de Hamas se suicidaron. Pero Israel cayó en la trampa y se está suicidando también. La matanza indiscriminada que está infligiendo a los civiles de Gaza está infundiendo odio. En todas partes del mundo. El odio hacia el otro. Un odio que conduce inexorablemente a la guerra y a la banalización del mal. El odio de la gente corriente, según Primo Levy, el de los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir. (…) Debemos desconfiar de quienes pretenden convencernos por otros medios de que por la razón, es decir desconfiar de los jefes carismáticos. Debemos sopesar nuestra decisión antes de delegarle a otra persona el poder de juzgar y de hablar por nosotros.

El hecho de que oficialmente seamos testigos de posturas insostenibles, como la de Amichay Eliyahu, ministro israelí de Patrimonio, se sintió libre de declarar que usar la bomba nuclear en Gaza podía ser una opción, o que Netanyahu anunciara el 28 de octubre que iniciaba la segunda fase de la guerra al lanzar su operación terrestre en Gaza, abogando al mismo tiempo la realización de la profecía de Essaïe sobre el combate y la victoria, o por la completa eliminación del diablo, citando al profeta Samuel… no augura nada bueno por desgracia. Darle a su guerra un sentido bíblico en una situación tan tensa no se dirige a mentes inteligentes sino enciende más odio para quienes esperan el caos y la llegada del mesías.

En un contexto tan macabro, hasta los justos, orgullosos de haber resistido durante el Holocausto, entregan sus medallas para mostrar su desacuerdo con el genocidio de Gaza.

Las voces de los judíos israelíes y no israelíes proclaman en voz alta «no en mi nombre». Los supervivientes del kibutz que Hamás masacró el 7 de octubre dicen «basta». Ningún masacre vale otra masacre. “La muerte de mi hermano no debe justificar este genocidio. ¡Basta!” Pero los políticos continúan. Y cuanto más lejos están, más se aferran a una retórica deshumanizada insoportable.

Los traumas del pasado de los israelíes ligados al holocausto, les impiden ver hoy que no se trata de una prueba de fuerza, en la que el más fuerte erradica al más débil. Lo que está en juego no es una cuestión de testosterona, sino de capacidad de pensar, de mostrar inteligencia. Además, ¿dónde están las mujeres en estos fríos despachos donde las vidas ya no cuentan? Como explica Rachid Khalidi, que procede de una familia propietaria de una de las mayores bibliotecas históricas de Jerusalén, «los tres generales que dirigen ahora la guerra en Gaza –Yoav Gallant, Benny Gantz y Gadi Eisenkot– son los principales artífices, junto con Ariel Sharon, de la doctrina militar que pretende garantizar la seguridad de Israel desde hace veinte años, sin tener en cuenta las vidas palestinas, incluidas las de civiles y niños. No es de extrañar que estén librando una guerra tan sangrienta.

Una foto detuvo la guerra de Vietnam: Kim Phouc, la niñita, corriendo desnuda bajo las bombas de napalm. A veces es una palabra la que detiene a las fuerzas armadas. En Gaza, las fotos inundan las pantallas. Incluso las bombas de fósforo ya no son un secreto, pero la avalancha de información e imágenes ya no tiene peso. Crea una emoción instantánea que desaparece sin la consciencia de que lo que está desapareciendo es una vida humana, real. El desfile de imágenes borra el dolor. Ya no sientes, miras. Ese es el sentimiento que la gente tiene en esta parte del mundo. Ese abandono. Por eso, cuando los países latinoamericanos empiezan a retirar a sus embajadores, estos gestos simbólicos cuentan. Y todo el mundo los ve y los toma muy en serio.

En las calles, los jordanos hablan de lo que les han enviado sus seres queridos. Imágenes, mensajes. «Amo la vida», dice el poema, y las imágenes que pasan son las de una anciana de ojos azules que se ríe con un enfermero, la de un niño vestido con una tenida de fútbol roja, bailando y dando palmas. Luego hay niños a los que una madre lava con un vaso de agua en una bañera en medio de los escombros, una vela de cumpleaños o tres sofás en una habitación destruida. “Nos encanta la vida», dice.

En el silencio profundo de la ciudad, oímos gemidos. Se dice que aquí no se llora. Pero no es verdad. Aquí lloramos todos. Acabamos durmiéndonos, con los ojos clavados en la pantalla del teléfono, con la esperanza de que algún momento llegue esa frase tan corta y tan llena de esperanza: we are still alive, seguimos vivos.

¿Qué podemos decirles? Sopesar cada palabra. No herir. No infundir miedo cuando estamos temblando por ellos. ¿Hablar de coraje? ¿Expresar indignación? No. ¿Entonces qué? Contar, no contar. Contar quienes son Walid, Randa, Rula, Bissan, Motaz. Contar sus rostros. Contar nuestra humanidad compartida. Su don para contar la belleza. Su poesía. Su forma de filmar. La risa y el fútbol. Comer el arroz quemado. Amar. Todas esas pequeñas cosas de la vida, que nos hacen vibrar y que con una bomba, desaparecen.

*Decidimos, por acuerdo con el/la autor(a), mantener su nombre en reserva por razones de seguridad.

A solo 145 kilómetros de Gaza: una voz desde la nube de horror

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