La vida imposible

Este país carece de cultura profunda. Deporte, fútbol, gimnasia, mambo o koala para la tercera edad, finanzas que enriquecen a los financistas, pobres que enriquecen a los ricos, ricos que se sienten en la gloria porque tienen casas mediterráneas allá arriba y ni piensan en todos aquellos que se las construyeron, que viven al otro lado de la ciudad, en comunas de difícil acceso y malos servicios públicos.

Escribe Marta Blanco

Ya no vivo mi vida sin que me encuentren una enfermedad mortal, un alimento pésimo que me tapa desde la arteria al perineo. Los estudiantes ¿están seguros que son estudiantes?, parecen salidos de esa fecha absurda, el día del zapallo con vela, de los niños disfrazados de brujos, importación de nuevos ricos ni tan ricos ni tan nuevos, solo esos que creen que todo lo que viene de fuera es mejor

Y luego están los indignados, los insatisfechos, los inadaptados, los cesantes, las mujeres que dan a luz en ascensores, en pasillos, en sillas de plástico, en artefactos sanitarios de última hora. Abandonadas en cubículos de emergencia, son nichos del olvido, a grito pelado piden ayuda y no se oye padre ni madre ni médico que le ladre. Ya no vivo tranquila porque me han enseñado cosas que no están bien, borraron los pecados habituales, no debemos fumar, ni podemos tomarnos un vaso de vino si vamos a conducir de regreso a casa; los camioneros se arman unos tragos de Hulk, mezcla de café, cocacola, efedrina, chía y hasta floripondio y los pacos ni los ven ni los detienen. Mueren por docenas en buses y autos, en las carreteras, pero en la ciudad atochada, molesta, sucia, tomada por marchas locas no se puede ni manejar, ni estacionar, ni avanzar. Mejor olvidarse de lo que nos impide vivir y comer semillas de maravilla, ignorar la falla de san Ramón, de que faltarán la luz y el agua, de que a los estudiantes –que están estresados de tanto reunirse noche a noche entre ellos, para “arreglar el asunto”– les vino locura medular imperativa y se escuchan frases como “El congreso debe obedecer a los ciudadanos”. ¿De qué casas vienen estos energumenitos desnudos? Sus dirigentes saben más, están preparados. Pero la masa que han soltado a la calle me permite sospechar que no podrán gobernar ni a un perro chihuahua. Se ha perdido la proporción en el insulto, el respeto, por supuesto, y hemos perdido la paciencia porque son seres que hablan en redondo y aliñan su retórica con insolentes arrebatos coprolálicos.

No vamos a decir que los carabineros son los Francisco de Asís. Por mucho que les pegan no sé cómo se las arreglan para no detener ni por siaca a un encapuchado. Pero a los gansos que creen desfilar por la educación los agarran, a la capacha se ha dicho, los sueltan hambrientos, llorosos a pura lacrimógena, tarde, y temblorosos. No hay quien guíe a esta caravana de desatados. Si no se ofrece el senador Girardi que dice que le gusta mucho la actitud de los “niños” (Patiño, Patiño), quizás los pueda llevar fuera de la ciudad el flautista de Hamelin o el de la Orquesta de Cámara. ¡Por favor! ¡Que alguien nos libre de las marchas y los gritos y los destrozos y los discursos, y los retablos donde hacen actos culturales cavernícolas!

Y que el gobierno se vaya a las termas de Puyehue, a remojarse en barro, que los masajeen con qué se yo que menjurjes relajantes. Que les den dieta de ave, tinas de agua caliente y no los devuelvan a sus ministerios oficinas o salones hasta que les regrese el alma al cuerpo, el seso al seso, las ideas al cerebro y la paz al corazón. Esto ya parece circo pobre.

Hay que salvar por fuerza y deber al senador Allamand, que dio muestras de cordura, reciedumbre, valentía y serenidad en uno de los peores escenarios de tragedias locales. Gran inteligencia, gran lenguaje, sencillez y calidez. Un político de primera calidad y en absoluto ajeno a lo común y corriente. Ustedes saben el verso de Borges: “Morir es una costumbre que tiene toda la gente…”. El no lo olvida. Sabe del destino humano. Pero también de la dignidad y el consuelo. Sabe, además, mandar con esa voz ronca, de hombre serio, y pues dice cosas cuerdas, le obedecen.

Su ejemplo confirma la esperanza en los hombres buenos y serios, y lo hace sobresalir entre muchos metedores de pata, acelerados de rabia, desconocedores de leyes y tropezadores habituales, que hacen difícil pensar que la cultura es cosa de niños.

Enfréntelo de una vez y sin alardes, señores políticos y ni tanto: Este país carece de cultura profunda. Deporte, fútbol, gimnasia, mambo o koala para la tercera edad, finanzas que enriquecen a los financistas, pobres que enriquecen a los ricos, ricos que se sienten en la gloria porque tienen casas mediterráneas allá arriba y ni piensan en todos aquellos que se las construyeron, que viven al otro lado de la ciudad, en comunas de difícil acceso y malos servicios públicos.

A mí me da vergüenza que en Chile no haya una Editorial Nacional Autónoma, que reparta libros valiosos por su contenido en los liceos, colegios y universidades, que no se convide a escritores a dar conferencias en los colegios, que conviden jamás a los escritores, a los poetas, a los pintores a la Moneda, porque no saben que existen. Y después hablan de cultura. No saben qué se hace con las células grises y la silla turca y cómo lograr finalmente que los chilenos piensen no solo en el plasma y el balón, sino en aquellas ideas que hacen que la vida valga más.

Mientras tanto, como la cosa es poner ejemplos de vida, vaya Allamand por delante, hombre de segura voluntad, inteligencia y hombría frente a la tragedia. Ejemplo de austeridad y tino que falta nos hacía.

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