¿Un Chile distraído, mediocre o sencillamente pobre?

Preocúpense de que los niños miren la naturaleza, quieran a un perro, a sus hermanos, un lápiz. Que se entusiasmen con su futuro. Que la corten con el celular y la TV y este país volverá en sí.

Por Marta Blanco, escritora

Pienso que este país es distraído contra su ingenua voluntad, llevado de la nariz como un camello a través del desierto, que avanza sin comer, no bebe agua si no de vez en cuando y, aclaremos al tiro: las caravanas árabes no viajaban jamás con camellos sino con camellas: cruzar el desierto, las tormentas de arena o las tormentas blancas, los ataques de las tribus enemigas, requería llevar alimentos fuertes. Y nada mejor que la leche de una camella recién parida. Y tan fácil de transportar, ella misma la cargaba.

La mayor caravana de que se tiene recuerdo es una que llegó al Cairo con mil 700 camellas cargadas de todo aquello que venderían en los mercados: sedas de la China, vidrios de Etopía, oro y turquesas de las minas de los wadis esparcidos entre recónditas montañas y las mismas o semejantes chucherías que trajeron los españoles a América, cintillos, tijeras, campanitas, pulseras, y como venían hambreados y macilentos, compraban  en  la isla Mocha (los de Magallanes) una gallina gorda por una carta de naipes y las verduras por cualquier baratija.

Pero ese no es el cuento. La pregunta es si somos distraídos. Lo somos. Nos distraen con suma facilidad. Como no somos inventivos ni inventores, cualquier novedad nos vuela el seso.

Hoy me da rabia ver a Chile ensimismado con los teléfonos celulares. Todo el santo día viejos y jóvenes, hombres y mujeres, enamorados o deudores conversan temas de toda índole a gritos en las veredas, en el metro, en los microbuses. Se acabó la mejor tradición chilena, el almuerzo de los domingos en la casa de los padres y abuelos. Ahora, si es que llegan algunos, todos parecen hipnotizados por las cuadrículas que tienen en una mano mientras con la otra golpetean las teclas. Se creería que están armando la tercera guerra o que discuten una tremenda inversión en aceitunas de Azapa, que encontraron un pez no descrito antes, que los asaltaron y les robaron el auto, muy corriente por estos lares. Pero no. Resulta que hablan casi guturalmente; sus palabras son desconocidas para mí y sus risas impiden cualquier otra conversación. Esto es una gran   modernidad, me dicen. Yo creo que los teléfonos celulares sí son una ayuda, un progreso y no deberían usarse para buscar algún monstruo en los parques, o joder (con perdón de la expresió). La cárcel es el lugar que más los tiene. Llaman a las casas, anuncian un hijo preso o herido grave en un choque horrible -quien habla se identifica con un carabinero- y logran que los pavos de siempre les entreguen desde joyas a radios y hasta computadores, equipos, y son capaces de vaciar la casa sin averiguar en una comisaría, creyendo salvar al hijo que está en clase de filosofía!

Otros venden sánguches de jote con membrillo y ganan fortunas. Serán millonarios. Pero no me digan que se quebró la cabeza con el invento. Sí, saben ganar plata. No saben vivir. Se les van los días sin conocer la cultura o la miseria o los dolores ajenos, se anuncian (o denuncian) como escépticos políticos, «la política es una porquería» y no  votarán jamás.

Admiro a los jóvenes que estudian medicina, ingeniería, docencia; a los que intentan, a veces con éxito, ayudar a los ancianos abandonados, a los niños solitarios en hogares múltiples más de la época de Charles Dickens que del siglo XXI; a los que piensan en el otro, en síntesis.

El peor de los males de Chile es haber enseñado solo la dignidad de ser empresario. Se olvidaron de la maravillosa cabeza humana, de las posibilidades del hombre si recibe los estímulos necesarios, uno de los cuales es, por supuesto, la libertad; nadie piensa verdaderamente en la necesidad de hacer ciudades bellas, limpias y decentes, no barrios lujosos de nuevos ricos sin pensar en la dignidad de muchos seres que viven en barrios modestos y feos, sucios y en absoluto impulsores de la alegría de vivir. Influye. La fealdad condena, la suciedad condena y mata. El ratón de cola larga mata demasiados chilenos todavía.

Insistiré una vez más; ¿de dónde viene la idea de que los países solo crecen si tienen empresarios? No puede haber empresarios en países cuyos niños por más de medio siglo han recibido un educación mortífera. Esa que la Mistral llamaba adiestramiento, como los caballos, todos iguales, a no pensar sino repetir, todos al unísono, como patitos nuevos, cerditos, zorzales.

Cm ello mataron poco a poco la curiosidad natural de un niño, adormecieron sus instintos y creyeron proveerse de obreros obedientes? Porque un obrero es creativo y si no vean la película de Chaplin a propósito de la máquina de comer choclos. Los seres humanos no son robots. Y no le tendrían tanto miedo a estos inventos si no creyeran qe les pueden ganar, quitarles el puesto, y a lo mejor ya no van a hacer eso. El hombre inventa trabajos desde que surgió. Los trabajos útiles cambian con la inteligencia humana. Los escribas egipcios era muy respetados. Y no comiencen a actuar como miembros de esos países donde aún existen las clases intocables, los que solo pueden trabajar recogiendo la basura. Este país no es. Qué vamos a tener turistas como la vieja Europa si no tenemos ni transportes urbanos para nosotros mismos. ¿Acaso creen que los turistas vienen con alas? Valparaíso era gris como las nubes sobre el Gobernador, Valparaíso es un desastre. Yo soy de allá y no entiendo esa ciudad colorinche -era gris como las nubes-, y al menos una vez al mes una pobre señora que vive en un cerro en tremenda curva despierta una mañana con un bus en la ventana de su pieza. «Es que me fallaron los frenos», dice un chofer que no frenó no más. ¡Y van a llevar turistas a subir en los ascensores, la mitad aún en reparaciones y la otra mitad que llega a lugares completamente feos. Digamos la verdad. Una noche de fantasías chinas gracias a los españoles que arman los fuegos artificiales de la bahía y no hay mucho más que mostrar.

Este es un país pobre. Pobre más allá de la pobreza. Es pobre en generosidad, en cuidado de los niñps y los ancianos; es pobre porque sus árboles públicos son mutilados, no podados; es pobre porque los niños modestos pasan de curso sin saber nada gracias a la marraqueta. Y es pobre porque han matado la imaginación y el pensamiento entre el ritalín y la ignorancia, dejándolos hueros de  conocimientos y haceres. Los niños chilenos son más hábiles cruzando la calle que lavándose la cara. Yo pondría más atención al medio en que viven. Casas, calles, plazas, canchas.

Pero Chile se lo han regalado a la televisión. Preocúpense de que los niños miren la naturaleza, quieran a un perro, a sus hermanos, un lápiz. Que se entusiasmen con su futuro. Que la corten con el celular y la TV y este país volverá en sí. El sentido de la existencia no lo dan los políticos. Estos niños que se drogan o toman y roban y aún matan, están fuera de sí.

Ya está bueno de odiarnos, de  -en vez de educar hijos- abortar. No todas las mujeres, naturalmente. Pero el tema lo caldean, hierve como cazuela de pava. Modérense. Y los trans. Y los otros.

Estos críos que asoman a la vida ya están siendo inducidos a descubrir que el sexo iluminará sus vidas de kinder. A ver qué encontramos ahí.

Me temo que ni tontos

Es más sutil el asunto. Miren a la familia. Cambiemos el foco. Me temo que no serán los distraídos ni los lesos ni la pobreza lo que los forme o deforme. De pronto esta sociedad quiso marcar  meterlo todo en leyes. Tanta ley me recuerda un desafortunado artículo del Primer Código: «Los náufragos tendrán libre acceso a las playas».

 

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