Marta Blanco: Ocho candidatos para un sillón

Por Marta Blanco, periodista y escritora

Valiente república que se nos fue de entre los dedos por incapaces de pensar correctamente, por ni siquiera jugar a los griegos, sentados allí, entendiéndose los unos con los otros, sin ruido de sables, sin revoluciones, sin odio…

El país no resiste muchos más programas de candidatos a la presidencia por la confusión que tienen los votantes entre estos y un charlatán de feria. En verdad se nota la pérdida de las clases de Educación Cívica.

Chilenos maduros y experimentados creen que un candidato a presidente sabe al dedillo cuándo pavimentarán El Litre en Altos del Socorro, construirán un túnel en Sopaipa, encontrarán a todos los detenidos desaparecidos, se construirá la iglesia de los Santos Carismáticos Descalzos, subirá el dólar, bajará el oro, se acabará el agua dulce y tendremos que beber agua de mar purificada mientras los alcaldes botan de noche aguas servidas en lagos, tranques y ríos. De manera que no beberemos agua salada pero inmunda, sí.

¿Por qué creen los ciudadanos que el presidente electo sabe hasta del próximo tsunami (descartaron la palabra maremoto, tan linda que era), hasta “si es verdad” -como dicen los niños- que los aviones dejarán de usar alas el año 2025? Y el daño de la vacuna… ¡Yo me sumo a ellos, señor director, perdone la intrusidad, ¿será verdad que las farmacéuticas prefieren vender el producto corriendo el riesgo porque hay muchos niños sanos y uno que otro enfermo no es para tanto…!

“¡Marta, más respeto!”. Respeto me sobra, señor director, pero este no es un concurso de economía profética o de achuntarle al emboque…

“No es ese el espíritu de la señora”. ¡Soy señorita, señor director, y muy seria!

“Muy seria la señorita, pero la pregunta era como del Pato inflado, director”.

Matamala dice: Le corresponde preguntar a doña Lastenia Rodiú viuda de López.

Y se lanza misiá Lastenia a poner las cosas en su sitio:

“Señor candidato: sube y sube la comida y una haciendo milagros con la chauchera y no pasa nada con las AFP y si nos dieran la platita toditos seríamos millonarios, como dice ese candidato con bigote, ese me gusta, sabe cosas, es profesor. Que nos dieran un bono a la semana, ¿lo haría usted?”. No, dice Kast. Los bonos no sirven al progreso, son regresivos.

“Es que no hablo del Congreso, candidato…”. “Dije progreso, señora”.

Habla otra niña, muy joven: “¿Y va a prohibir el aborto si es elegido?”.

“Sabe mi posición al respecto, no hay aborto en Chile si salgo elegido”, responde.

Y salta otra no tanto: “¿Cree que es mejor regalar a los bebés?”.

“Esa decisión corresponde al Parlamento”, responde el candidato Kast y “no se regalan los hijos”, agrega con su imborrable sonrisa. “Yo practico el método natural, le informa, si quiere se lo explico”.

(¡Ay, Jesús María y José, quién lo manda meterse en intimidades de la reproducción sexual ¡y suya, más encima! Fueran peras o viñedos, pero no, quiere ser audaz y moderno).

Matamala lo saca del atoro con alguna frase anodina y él sigue intentando posicionar la receta anticonceptiva Ogino-Knaus -conocida desde el Paraíso Terrenal-, la del “ahora no, mijito”, que por lo demás no funciona sino en año bisiesto.

Y no me da la paciencia para tanta lata así es que cambio de canal.

Ahí me espera el inaudito y revolucionario senador Navarro que tira monedas a Piñera, lo que es un error porque no estamos a la salida de un matrimonio. Y si quiere insultar que lea los Mercurios de los tiempos heroicos de la república democrática chilena. Cuando había grandes oradores: Raúl Rettig, Salvador Allende, Gregorio Amunátegui, Eduardo Frei, Eduardo Cruz Coke, Radomiro Tomic y Alessandri, el León de Tarapacá, a gritos y puñetazos, pero a caballo de la democracia y muchos otros cuyos nombres se me escapan.  Valiente república que se nos fue de entre los dedos por incapaces de pensar correctamente, por ni siquiera jugar a los griegos, sentados allí, entendiéndose los unos con los otros, sin ruido de sables, sin revoluciones, sin odio y sin tantos asesores de las Naciones Unidas, que mire como tienen el Medio Oriente y Asia y si no fuera por la lección de las grandes naciones asiáticas, que postulando tantas diferencias con nuestros sistemas políticos salen adelante con sus gigantescos países de millones de habitantes; y si no lo hicieran así estarían sumidos en un avispero como América Latina, que tiene poco que celebrarse a sí misma en estos años.

No creo en los lenguajes impostados que imponen conceptos ajenos, teorías excéntricas y mucha violencia.

Al coreano del Norte ni lo nombro, tiene tiña, y solo espero que entre los espíritus de Confucio, Buda, Sócrates, Zoroastro, Isaías, Heráclito o Esquilo, bien citados por el historiador Arnaldo Momigliano, no quedemos como sus abuelos, atónitos al escuchar sus nombres, sino que nos den un hálito de curiosidad antigua y lectora (que viene a ser moderna) y nos ayuden con sus huesos (ya polvo) y espíritu a disolver la animosidad perniciosa que nos corroe, impidiéndonos ser justos y, en esa recuperada libertad, seres humanos más felices.

*Periodista y escritora

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