«Voto útil», posiciones inútiles, proceso constituyente archicontrolado

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía

Los procesos electorales tienen algo de cansador. Hacemos campañas, debates, apoyamos a candidatos, se gana, se pierde, pasa el período, luego hacemos campaña, apoyamos a candidatos, se pierde o se gana. Pero la sociedad cambia muy, muy poco. Las injusticias, la vida difícil, las jubilaciones bajas, la violencia delictual y policial, la educación y la salud cara y apta para las clases acomodadas, la televisión y los medios transmitiendo basura y deformando la inteligencia y la sensibilidad del pueblo.

Para estas elecciones de “consejeros constitucionales”, en la que se supone que vamos a elegir a los redactores de la próxima constitución, he escuchado más que nunca el llamado a anular el voto.

Pero la opción voto nulo nunca da ningún resultado, como no lo hubo en la campaña “marca AC en el voto”, como no resultan nunca los llamados a la abstención. Ver para eso el resultado que obtuvo la oposición anti-chavista en Venezuela llamando a la abstención.

El argumento según el cual, votando se legitima el proceso, es también muy débil, porque los procesos se legitiman de muchas maneras y en este caso específico su legitimidad viene dada por la ley y la constitución vigentes, debido al acuerdo de los partidos políticos. Puede parecer detestable el acuerdo en cuestión, y en realidad, yo hablaría de ‘legalidad’, más que de ‘legitimidad’, pero quedarse afuera, simplemente no lo deslegitimiza. Esa es una ilusión.

Lo que hay que hacer es cambiar las fuentes de legitimidad; es inconcebible que en un proceso constituyente el pueblo no tenga otra participación que el voto, sabiendo que se está votando por personas que no podrán decidir de lo más importante de la constitución. Esto ya fue decidido por la “comisión de expertos”, por la cual nadie votó; una vez más fue un acuerdo de los partidos representados en el parlamento, y luego vendrá la comisión de “aceptabilidad”, que podrá vetar lo que no guste. ¿Lo que no guste a quién? Una vez más: a la élite de políticos profesionales según el cuoteo de los partidos parlamentarios.

Todo esto, lo concibo perfectamente, puede exceder la paciencia de tantos quienes hemos luchado por un país digno y justo, comprometiéndonos en un proceso constitucional que tuvo la oportunidad de CAMBIAR LAS COSAS realmente. Pero ese proceso se cerró. Rigurosamente hablando, este es el tercer proceso constituyente que se intenta. El primero fue en 2016 al fin de la presidencia Bachelet, abortado; el segundo en 2021-2022, rechazado. Este tercero no debiera haber tenido lugar, no era ni útil ni necesario, pero los partidos políticos y el gobierno actual no tuvieron el coraje de abandonar el asunto, como no pudieron oponerse al TPP11, o tienen demasiadas pretensiones de pasar a la historia por haber dado a luz la próxima constitución.

Con todas las trabas, comisión de expertos designados, de aceptabilidad, con la representatividad amputada de todo lo que fue abierto para la CC, el resultado de este “consejo constitucional” es más que previsible; será, casi sin lugar a dudas, una constitución «amarilla», legalista, minimalista, que deje todo el campo de juego a los ya mencionados partidos, que están en su salsa y proyectan repartirse el poder por los próximos 50 años. Sobre todo, será una constitución que asegure QUE NADA CAMBIE. Habrá sin duda una que otra frase elegante sobre los Derechos Humanos, dejando todo el resto más o menos en el mismo lugar en que ya estaba con la constitución del 80 muchas veces reformada y sobre todo asegurando que nada, pero absolutamente nada venga a cuestionar el neoliberalismo, el reino de la propiedad y la empresa privadas, el lucro con todas las dimensiones de la vida social. Solo que contrariamente a la vigente, a esta nueva constitución se la cubrirá de elogios, justamente, por su “legitimidad”.

En estas condiciones, el “voto útil”, que es lo que siempre se invoca cuando ya no quedan ideas que invocar, me parece tan débil como el llamado a votar nulo. ¿En qué puede ser “útil” un voto que envíe a representantes de los partidos ya representados a redactar algo ya redactado?

Yo no llamaría a votar nulo, solamente en honor a quienes no han sucumbido a la desesperanza ―¡y no hay que hacerlo!, quienes aun hacen campaña, quienes se presentan e intentarán trabajar honestamente. En general ―si hay que pronunciarse, lo hago―, estos candidatos se encuentran en la lista D, aunque ni siquiera todos.

La correlación de fuerzas no cambiará mucho, pero si mucha gente de izquierda anula, sí cambiará, y esto dará alas a la derecha más conservadora, que, aunque no lo necesita, intentará aun más bloquear todo tipo de cambios. Y la dinámica de la derrota se prolongará, probablemente hasta las próximas elecciones presidenciales en las cuales “el riesgo Kast” será mucho más fuerte. Entonces se volverá a hablar del voto útil. Y todo volverá a comenzar.

Mi propósito no es agregar desesperanza al terreno ya bastante depresivo actual. Lo que se necesita es cambiar las reglas del juego, sobrepasar la ‘democracia representativa’; todo lo que tiene que ver con voto mayoritario debe relativizarse, debe completarse con mecanismos de participación popular, deliberación en las bases. Y aprendimos a hacerlo. Así como las instituciones de la República deben refundarse. Alguien dijo, en Francia, “cuando votas, tu libertad cae en la urna junto con tu voto”. Mientras sigamos creyendo que con votos y campañas ejercemos la democracia, continuamos en el más grande error histórico posible. La democracia es cuando el pueblo (se) gobierna. ¿Se parece en algo a esto la realidad actual?

Por supuesto, se dirá: “estás soñando (una vez más), el pueblo rechazó el proyecto constitucional por demasiado radical, lo que tu propones es más radical aún”. Primero que nada, no creo que el proyecto se haya rechazado por demasiado radical, sino por tonterías de importancia secundaria (“gustitos”) que no se supo explicar o que no se podían defender. Por supuesto que no creo que se vaya a conseguir nada en el proceso actual, por ello tenemos que pensar en el futuro, pensar la sociedad futura, y es evidente que si seguimos entrando una y otra vez en los mismos reflejos: candidaturas, campañas, voto, luego a la casa, nada cambiará nunca.

No tenemos nada que ganar ahora, pero atención, sí tenemos bastante que perder; y esto se verá si se desencadena la dinámica derechizante que será difícil de parar luego.

Por ello no llamo a anular. Pero entiendo perfectamente a quienes lo hacen.

La paciencia tiene límites y ver como una vez tras otra, la casta de partidos políticos se reparten la torta del poder (porque para ellos es una torta), puede exasperar a cualquiera que haya tenido alguna vez la auténtica pasión de la política y la responsabilidad de ciudadano.

El argumento del “voto útil” está podrido. El contra-argumento de la legitimación es inoperante. Cada cual actuará en consciencia. La vida continúa y ya nos encontraremos en futuras citas con la política. Entre otras el plebiscito de salida, en el cual permanece vigente la posibilidad del rechazo.

Por lo pronto yo continuo mi trabajo que se limita a las ideas. Y lo que necesitamos es una nueva concepción de la política misma. La concepción vigente y la casta que la practica están en completa decadencia. Hubo un momento en que grandes mayorías del pueblo lo pensaron; luego lo olvidaron. Si la “reminiscencia” de la que hablaba Platón es una posibilidad de despertar de la consciencia, debemos continuar preparando esa posibilidad. Y sobre todo no abandonar el barco.

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