La guerra-crimen

Columna del filósofo Daniel Ramírez

Daniel Ramírez

Se dice a veces que la primera víctima de la guerra es la verdad. Yo añadiría que rápidamente mueren también la compasión, la objetividad y el humanismo. Es insoportable la difusión de declaraciones que se lamentan amargamente de las víctimas de un solo lado, con indiferencia total para las del otro, acusado de todos los males.

Muchos reaccionan anteponiendo sus ancestros, próximos de uno o del otro pueblo, pero es sorprendente que según eso su apreciación de la situación cambie de blanco a negro. Se puede pensar que es un reflejo natural, estar “con los suyos”; cierto, pero eso no puede ser considerado como un análisis o una postura política y si es comprensible de parte de personas que tienen familia e historias de familia implicadas, es totalmente inadmisible que jefes de Estado y dirigentes políticos reaccionen con el mismo reflejo. Cuando no por interés o porque son lacayos de tal o cual potencia. Y peor aún si se trata de intelectuales.

Puede ser que esta columna disguste a ciertas personas de ambos lados, porque lo que se espera es que cada cual elija un campo; pero quienes dedicamos nuestro tiempo a pensar tenemos el deber de decir algo que no entre en los reflejos de clan ni en un burdo maniqueísmo.

Desde el 7 de octubre 2023, el movimiento Hamás ha lanzado un ataque sin precedentes en cuanto a su amplitud y a su violencia sobre el territorio de Israel, asesinando a cuanta persona se encontrase allí, tomando rehenes y ejerciendo una crueldad que choca a cualquiera que no reaccione con reflejo de clan. Iniciativa terriblemente irresponsable porque se sabe que el Estado militarizado y expansionista de Israel responderá, como otras veces, con misiles, bombardeos y tanques, matando indiscriminadamente a militantes y a civiles, hasta que la cuenta de víctimas palestinas supere al menos diez veces las víctimas israelíes, que ya son muchas.

Se dice que en la guerra todo está permitido, y tal vez por eso la guerra siempre es preferida por algunos a la paz. Que en la guerra el más fuerte impone no solo su ley sino su verdad. Y ello también ya se está viendo. Pero NO ES VERDAD QUE TODO ESTÉ PERMITIDO, hay leyes y códigos, incluso de la guerra, acuerdos internacionales y tratados, como la Convención de Ginebra. Es lo que se llama “derecho en la guerra” (‘jus in bello’). Por eso existe también el concepto de “crímenes de guerra”, que indica que no se ha respetado este derecho, que contiene indicaciones obvias, como la distinción entre combatientes y civiles no-combatientes, que no deben ser blanco de ningún ataque, trato correcto a los prisioneros de guerra, proporcionalidad de los medios empleados con la situación, cuidado de los heridos y enfermos, etc.

No debe confundirse con el “derecho a la guerra” (‘jus ad bellum’). Este último es el que se evoca, no sin razón cuando se dice que el Estado de Israel tiene derecho a defenderse. Obvio, si ha sido atacado. Pero es también el “derecho a la guerra” que se invoca cuando se dice, también con razón, que el pueblo palestino tiene derecho a resistir al expansionismo y a la opresión de Israel, que ha reducido de manera impresionante su territorio, se ampara de tierras y bienes, implantando colonias de manera totalmente ilegal y decide quién tiene el derecho a ir y venir, controla los accesos y los recursos. Todo pueblo tiene derecho a la libertad y a la independencia y eso implica autodeterminación y soberanía territorial.

Todo eso da hipotéticamente derecho a combatir (‘jus ad bellum’). Pero no da de ninguna manera derecho a masacrar civiles indiscriminadamente, violar y/o tomar rehenes incluyendo niños, aun menos torturar o ejecutar rehenes. Tampoco da derecho a bombardear ciudades, destruyendo manzanas enteras con misiles de alto poder, obviamente en mayoría civiles, incluyendo, por supuesto, mujeres y niños. Ni obligar a un pueblo a irse de donde vive (esto se llama deportación), ni a sitiar poblaciones enteras privándolas de bienes esenciales de vida como el agua.

Todo eso constituye ‘crímenes de guerra’ según las definiciones convencionales. Y ambos lados los perpetran. Los unos con el terrorismo (definición convencional simple: procurar implantar el terror asesinando indiscriminadamente), los otros pulverizando barrios enteros con armas de destrucción masiva, sitio y deportación, lo cual puede llamarse terrorismo de Estado. Incluso, más que a crímenes de guerra en un conflicto, yo diría que asistimos a una ‘guerra-crimen’; todo en ella está completamente fuera del derecho internacional, humanitario o simplemente los derechos humanos.

Los argumentos anteriores no implican ni ley del empate ni relativismo. El asunto es muy complejo como para despacharlo con un par de frases como se hace frecuentemente. Pero la gran mayoría de los discursos actuales confunden ambos conceptos, el derecho a la guerra y el derecho en la guerra, como si la justicia de sus reclamaciones autorizara la injusticia de sus acciones. Por eso nadie se entiende.

¿Qué se puede hacer? Es lo que cualquier lector que no reaccione con ley de clan se preguntará. Sobre todo si estamos lejos y no pertenecemos a una gran potencia.

Yo diría que lo primero es solidarizar, empatizar. La tristeza, el dolor insoportable de la muerte de seres queridos, el miedo, así como la humillación y la ira son inmensos daños para las almas y cuerpos encerrados en esa espiral demente. Pero LA VERDADERA COMPASIÓN NO PUEDE SER SELECTIVA. Manifestar por otra cosa que por la paz, apoyar a un campo u otro de una guerra-crimen, es una falta ética. Y la compasión selectiva es una degradación moral. Declarar su solidaridad con un lado condenando solo al otro, sin matiz, es ser cómplice de la espiral de la violencia y contribuir al odio.

En países como Chile, donde importantes comunidades tanto palestina como judía existen desde hace más de un siglo y han podido coexistir correctamente, deberían darse ejemplos de compasión no selectiva, generando iniciativas comunes de solidaridad. ¿Por qué no una manifestación común?

En segundo lugar, nuestro deber es reflexionar, estudiar, aprender la historia, informarse sobre el derecho internacional y no repetir como loros idiotas (los loros son inteligentes), consignas partidistas y aun menos arengas de odio. No difundir fakes y mentiras, no contribuir a la confusión, no transformarse en títeres propagandísticos, que contribuyen a que cunda el antisemitismo y el racismo anti-musulmán, que como todos los racismos son resurgencias de cerebros arcaicos, por no decir reptilianos, que degradan la humanidad misma.

¿No se puede hacer nada más, nada concreto? Lamentablemente, en el estado actual del mundo, no. Pero el estado actual del mundo no es una fatalidad.

Las potencias globales y regionales, la llamada “comunidad internacional”, han permitido que la situación insoportable del pueblo palestino se degrade década tras década (una vez más, eso no significa justificar el terrorismo criminal, aunque yo sé que algunos no leerán esta frase, aunque la escriba cien veces), sin ponerle ningún freno al Estado de Israel. Que eso se explique por una fuerte culpabilidad de las potencias que no supieron (¿no quisieron?) impedir o frenar la Shoah durante la Segunda Guerra Mundial, o que se explique por intereses económicos u oportunismos geopolíticos, no es el problema aquí.

El hecho es que se ha aceptado una situación de 75 años de injusticia, desde la Nakba, opresión destierro y masacres hacia el pueblo palestino, y eso en gran parte ante de la indiferencia del mundo árabe. Las fuerzas demócratas y pacifistas que existían en Israel, y militaban por la solución de dos Estados, no han cesado de disminuir en influencia desde el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995, así como las tendencia socialistas y humanistas que presidieron la fundación del Estado de Israel solo son un recuerdo. Por otra parte, las fuerzas razonables que se fueron difícilmente forjando en la OLP, que negociaron los acuerdos de Oslo, desde la sucesión de Arafat en la Autoridad Palestina no han cesado de disminuir en influencia y crédito. Lógico, no consiguen nada. ¿Pero quién ha organizado y contribuido a que no consigan nada?

El asunto es que son reemplazados progresivamente por movimientos radicales de corte terrorista, que cuando actúan (eso significa en general matar gente) al menos se escucha hablar del problema palestino. Sin eso, silencio en las ondas. Es el caso del Hamás, que gobierna (hasta ahora) sin oposición en Gaza, movimiento financiado en gran parte por Qatar, con el aval de los EEUU e Israel. ¿Por qué?

No tenemos espacio aquí para precisar los detalles de esa terrible historia ni lo justo de tal o cual posición. Lo cierto es que por las razones que sean, ni Israel, ni la Autoridad Palestina, ni el Hamás, y ello se ha probado desde hace décadas, tienen la más mínima posibilidad de resolver el problema; ni la Liga Árabe, ni la ONU, ni Irán, ni EEUU, ni la UE, ni nadie.

Eso implica que es el estado actual del mundo que debe cambiar. Los beligerantes han probado que no pueden y no quieren llegar a ningún acuerdo. No quieren la paz, que no les conviene.

¿Significa eso que hay que desentenderse del problema, dejar que las masacres continúen, que los mismos se reorganicen y todo recomience en algunos años más?

Ya sé, se me dirá que es utópico, lo cual no tiene importancia: lo que yo pienso es que LE CORRESPONDE AL MUNDO IMPONER LA PAZ ALLÍ DONDE LOS BELIGERANTES Y LAS POTENCIAS QUE LOS SOSTIENEN NO LA LOGRAN (ni la quieren). Le corresponde al mundo decir BASTA, se acabaron las masacres, las venganzas por las masacres, los secuestros, los atentados, los ataques a civiles, la destrucción indiscriminada, la expoliación.

Una fuerza masiva de interposición internacional, piloteada (pero no solo constituida, no sería suficiente) por cascos azules, podría en un primer momento detener los combates; luego introducir masivamente personal de la Cruz Roja, la Media Luna Roja, Médicos sin Fronteras, Amnesty International, le HCR, la UNICEF, etc. Y la guerra se detiene.

Una conferencia mundial sobre el destino de la región, imponiendo la negociación y ya sea la solución de dos Estados, separados pero viables y seguros ambos (la actual situación no lo permite para Palestina, sin continuidad territorial); u otra solución, como una zona federal de gobierno plurinacional, por ejemplo. Más un masivo plan internacional de desarrollo económico sustentable y un control permanente de observadores imparciales bajo juramento, como los jueces de la Corte de La Haya, para la aplicación del proceso, en acuerdo al derecho y a la ética.

Si la humanidad fuera capaz de algo así, estoy seguro, pronto se descubriría que la fraternidad no solo no era imposible entre los pueblos, sino que estaba al alcance de la mano.

Por supuesto se dirá que esto es utópico, porque implica que todo el mundo renuncia a una parte de la soberanía. Ocurre que por el momento solo Israel tiene soberanía y nunca aceptará la pérdida de un gramo de ella. Y los EEUU apoyan ciegamente a Israel. De la misma manera que imponer la paz en Ucrania es imposible, como lo fue en Siria, porque toda iniciativa internacional se estrella contra el veto de Rusia o de China. En realidad, un acuerdo negociado, que tenga en la mira la justicia, nunca conviene a los fuertes, a los vencedores habituales, a las potencias dominantes. Y sus lacayos se pliegan a ello.

Todo esto es verdad, pero para mí no implica que no haya que militar por estas ideas, decirlo y discutirlo. Porque si nadie lo dice, será aún más imposible. Y aceptamos que la indignidad se perpetue. El mundo tiene que asumir lo que las partes no hacen. Claro se dirá “¿pero el mundo, quién es?” Pues el mundo somos nosotros, todos, los países, las organizaciones, las familias, los electores, los ciudadanos, los habitantes. Y todos tenemos derecho a voz y a manifestar.

El estado actual del mundo se basa en la ley del más fuerte y la prioridad de los negocios sobre la vida y la justicia. Eso implica ni más ni menos, que NO TENEMOS DERECHO A LLAMARNOS UNA CIVILIZACIÓN. Esto no es una lucha entre civilización y barbarie como quisieran creerlo quienes reaccionan con reflejo de clan. Porque no hay tal civilización. Solo sería digna de ese nombre una comunidad planetaria de humanos, que organizan globalmente los recursos, para preservar la vida y construir sociedades justas y pacíficas para todos, habitando la Tierra de manera compartida. No solo esto no es utópico sino absolutamente necesario para afrontar la crisis ecológica global, aunque no es el tema aquí.

Desear la paz no es suficiente (para qué decir rezar por la paz), lamentarse por las muertes no es suficiente. Hay que darle contenido y forma política a la paz, hay que hacerla pensable y deseable. Desear la paz es desear sus condiciones de posibilidad y el mundo actual no lo permite. ESTAR POR LA PAZ ES NADA MENOS QUE DESEAR CAMBIAR EL MUNDO y militar por ello. En una civilización digna de ese nombre, la distinción entre el derecho en la guerra y el derecho a la guerra, ya no sería necesaria porque no habría más guerras; estas serían abolidas y pasarían a formar parte de la historia antigua, como los sacrificios humanos o la esclavitud.

Mientras eso no se logre, la barbarie y la indignidad son la condición de la especie humana y hay que asumirlo.

1 comentario
  1. Albina Sabater dice

    Querido Daniel: haces un análisis muy lúcido de lo que está pasando actualmente entre Israel y Palestina. Gracias por ello.
    Sin embargo, aunque expones con claridad meridiana cuáles podrían ser las acciones concretas que resolverían el conflicto, me apena pensar que nadie las tomará como un plan realista.
    Solo suspiro y pienso en tanta sangre derramada y en la mezquindad de los líderes que, con mentalidad de clan, como señalas, continuarán avivando (qué palabra contradictoria en este contexto) el odio y los deseos de venganza (¿o de poder?) entre quienes los escuchan (antes de que sus oídos se cierren para siempre).
    Un gran abrazo,
    Albina

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